sábado, 13 de abril de 2019

IM Lanzarote

No se trata de negociar con el agua durante 3.800 m, hacer palanca sobre los pedales hasta alcanzar los 180 kilómetros y culminar completando la carrera más larga del programa olímpico. Hay algo más. Algo que enraíza con la esencia del ser humano. Una curiosidad ancestral, la llamada de lo desconocido, el placer por desentrañar los límites de nuestro organismo, aunque para ello se antoje preciso devastarlo. Esa pasión por la aventura podría ser una explicación (tras la cual se abrirían centenares de nuevos interrogantes) a la mística que envuelve al Ironman, desenlace final al que aspira todo aquel que por vez primera se coloca en la línea de salida de un triatlón.

La subida al Mirador del Río, punto culminante del tramo ciclista

Como en todo, hay clases. Pruebas de la mágica distancia más o menos llevaderas (si se nos permite la herejía teniendo en cuenta de lo que estamos hablando) y otras que parecen sacadas de las oscuras profundidades de una mente maquiavélica. Recorridos tortuosos, meteorologías incompatibles con la salud… Y después está el Ironman de Lanzarote, al que Jesse Thomas, ganador en 2016 superando al pope Jan Frodeno (campeón olímpico y dos veces primero en Hawaii), calificó como “the toughest in the world" (el más duro del mundo).

La Geria, una zona famosa por lo fascinante de su paisaje... y de su vino

No son pocos los que opinan igual que el de Oregon. Los que saben de la cruel belleza de una prueba no apta para pusilánimes. Aquí no se admiten medias tintas, la carne de cañón se vende barata. Aquel que no muestre respeto por el desafío, aquel que acuda llamado por modas o apuestas de taberna, sucumbirá ante la fastuosa exigencia de una de las citas más antigüas (y prestigiosas) del Viejo Continente.
El triple deporte tiene en Lanzarote un filtro para separar a los fuertes de los muy fuertes. Franquear la meta es sinónimo de realización personal en el caso de los deportistas vocacionales, y de galones en el oficio entre los que se ganan la vida con este asunto de hacer del cuerpo una máquina de acumular millas. La hermosura de su paisaje, con reminiscencias a las llanuras volcánicas de Kona (la meca del 3,8/180/42 km), es sobrecogedora; una excusa perfecta para justificar el esfuerzo. Preguntar a los que en la madrugada del pasado sábado 26 de mayo se lanzaron a las aguas de Playa Grande. Horas después, muchas horas después, ninguno de los que completaron el desafío mostraba el menor síntoma de arrepentimiento. Ser finisher en esta isla es un salvoconducto a la felicidad.

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